miércoles, 1 de mayo de 2013

La censura en la literatura infantil

Ilustración del libro de Maurice Sendak "Donde viven los monstruos".
Desde que existe,  la literatura infantil ha sido acosada por un enemigo incansable que, bajo el disfraz de las buenas intenciones, la reprime, la mutila o la silencia:  la censura, enemigo que se presenta bajo distintas formas, algunas menos sutiles que otras: "Una de las formas más obvias de censura es aquella que atañe a la presunta obligación de los textos de obedecer sumisamente a la moral vigente" (Carranza, 2009).
La idea de los "buenos" libros con contenidos didácticos que enseñen a los niños a ser tan buenos como ellos, a comportarse, a obedecer, a no cuestionar, todavía se encuentra muy arraigada en la mente de muchos adultos cuando se habla de la literatura que leerán los niños. Lo estético, lo novedoso, lo fantástico, lo diverso, lo original,  lo alternativo, lo ambiguo, lo diferente, en fin, lo artístico,  son temas irrelevantes o peliagudos para las mentes censuradoras y, por lo tanto, no se tocan. Y para qué mencionar lo transgresor o lo polémico,  conceptos que podrían colapsar a muchos. Los censuradores no tomarán  en cuenta que una "obra debe ser valorada en su dimensión creadora" (Hanán F., 1988).
Otra de las formas en que la censura se las amaña para lanzar la estocada, es a través de las editoriales. Más veces de las que se desearía, deciden con criterios absolutamente comerciales y cual verdugos, qué libro verá la luz previa mutilación de palabras, oraciones y párrafos peligrosos, y qué libro será silenciado en su totalidad. Incluso,  "puede suceder que un texto sea escrito o elegido con el único propósito de transmitir un contenido considerado legítimo socialmente" (Carranza, 2009). Es decir, un libro cuya génesis estará determinada por una receta que cumpla tal y cuál característica políticamente correcta. Está claro que un libro así será el más vendido, o al menos eso se intentará. A esto Graciela Montes lo define como otro tipo de censura  más insidiosa y solapada. "Se la puede llamar enclaustramiento o encarrilamiento o domesticación. No consiste en cortar lo ya hecho sino en acomodar la cultura y dirigir lo por hacer" (Machado & Montes, 2003). 
No hay que perder de vista que al censurar un texto, también se censura al lector "imposibilitándoles construir sus propios sentidos, transitar sus propios caminos dentro de la historia que está leyendo. Impidiéndoles actuar como creadores de su propia lectura" (Carranza, 2009).

Recordemos libros de la literatura infantil que en su momento fueron censurados:


Los zapatos voladores, de Margarita Belgrano, fue censurado durante los peores años de la dictadura militar argentina, 1976 y 1979. Cuenta la historia de un cartero que agotado de tanto caminar, expresaba su rebelión lanzando los zapatos al aire. Está claro que la sola idea de un personaje que desafiaba a su aplastante realidad era inadmisible para un régimen dictatorial.

Durante los mismos años y también en Argentina, se censuró La torre  de cubos, de la escritora Laura Devetach. Al libro lo condenaron por su exceso de fantasía.

La composición, de Antonio Skármeta, tampoco gustó a la dictadura chilena. Apareció por primera vez en Caracas y en algunos  países europeos durante la década de los 80. Trata la historia de un niño de ocho años amante del fútbol que se ve involucrado en varios problemas. Aunque el libro no explicita en qué lugar del mundo se desarrolla la trama, las descripciones remiten a los años de la dictadura en Chile y a la represión y censura vividos durante esos años.




Donde viven los monstruos, escrito e ilustrado por Maurice Sendak en 1963, a pesar de que su divulgación no fue censurada del todo, sí causó mucha polémica en Estados Unidos. Los padres opinaban que el libro asustaría a sus hijos, cuando realmente a quienes asustaba era a ellos mismos al romper sus esquemas de lo que debía ser un libro infantil. La figura de ese niño caprichoso que luego de una pataleta va a parar a una isla habitada por monstruos sobre los que termina reinando, no representaba el modelo de conducta que querían reproducir en sus propios hijos.

Más que censurar, a la literatura infantil se la debiera analizar desde posiciones que incluyan diferentes puntos de vista: el del especialista, el de los profesores, el de los padres y el de los niños. Nunca desde la mirada del que prohíbe por no aceptar sistemas de pensamiento opuestos al suyo.  Quiero concluir con palabras de Teresa Colomer, "la respuesta pasa, por una parte, por el análisis de los libros, por comprender cómo las obras se abren como un mapa lleno de pistas para construir a su lector, llevarle de la mano hacia terrenos cada vez más complejos y exigirle la puesta en juego de una mayor experiencia de vida y de lectura" (Colomer 2005: 190).


Bibliografía

Carranza, M. (2009). ¿Por qué la literatura es también para niños? [Exclusivo en línea]. Imaginaria.
      Recuperado de http://www.imaginaria.com.ar/2009/12/%C2%BFpor-que-la-literatura-es-tambien-para-los-ninos/
Colomer, T. (2005). Andar entre libros. La lectura literaria en la escuela. México: FCE.
Cuento de lo militar en  http://wvw.nacion.com/viva/2000/mayo/24/cul2.html. Recuperado el 1 de
       mayo de 2013.
Hanán, F. (1988). ¿Cómo elegir un buen libro para niños? Algunas recomendaciones útiles. Venezuela: Banco del Libro de Venezuela.
Machado, A., Montes, G. (2003). Literatura infantil. Creación, censura y resistencia. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.


© Carolina Meneses Columbié, 2013

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